
Testimonio V.E.H.
Testimonio Pedro
El olor a sopa invade poco a poco el comedor del albergue México, Mi Hogar. Pedro está sentado en la mesa para cuatro ocupantes y tras acceder a ser entrevistado se acomoda en la silla mientras frota sus manos.Sonríe y saluda un poco tímido, viste una pantalonera gris y una camiseta del mismo color. Ya hizo amigos y todos ocupaban el rato en juegos de mesa que la psicóloga les ofreció como parte de la terapia de grupo.
Llegar a lado de Pedro implica cruzar tres puertas cerradas con llave y candado. Identificarse en dos ocasiones y estar en forma permanente bajo el lente de las cámaras de circuito cerrado instaladas en todo el edificio, a excepción de los sanitarios.
Las medidas de seguridad son elevadas para la protección de los menores, muchos de ellos cruzados por “polleros” locales.Con su acta de nacimiento y una mochila con algo de ropa y pocas pertenencias, Pedro salió de su pueblo el pasado 2 de febrero para dirigirse a San Cristóbal de las Casas donde compró el boleto del autobús que lo llevó hasta Sonora.Con un español limitado dice no recordar si fue a Nogales o Agua Prieta.
Después de caminar tres días por el desierto de Sonora llegó a Arizona, donde agentes de la Patrulla Fronteriza lo arrestaron apenas tocó la carretera estatal. De ahí lo confinaron a un Centro de Detención y después de varias semanas llegó al albergue “México, Mi Hogar”. “Yo salí el 2 de febrero, ese día salí de mi casa, el autobús lo tomé en San Cristóbal de las Casas y me cobraron mil 500 pesos para llegar hasta Sonora. Y luego ahí nomás”, dice. El viaje lo siguió en vehículo, pero rechaza decir quién lo acompañaba.Después de tres días de caminar por el desierto, Pedro fue detenido por elementos de la Patrulla Fronteriza.
“Me agarraron en la carretera, nada más sé que le dicen carretera 9, no sé cómo se llama el lugar. Me detuvieron en Estados Unidos”, dice todavía con cierta frustración.
—¿En todo el trayecto no te interrogó la Policía mexicana?
—Sí, cuando vine para Sonora sí, me detuvo la Policía, me preguntaron si traía un acta de nacimiento, yo se las mostré y me preguntaron que si la había comprado y les dije que no.
—Demostraste que eras mexicano.
—Sí.
—¿A dónde querías llegar?
—A Tampa… Florida, ahí tengo familia.
—¿Cómo juntaste el dinero para el camión?
—Estuve trabajando un rato.
—¿Cuánto te llevó juntar ese dinero?
—Año y medio.
—¿Y cuánto gastaste en total?
—2 mil pesos.
—¿Ya quieres regresar a tu casa?
—Sí.
—¿Qué vas hacer al regresar a tu casa?
—Buscar trabajo.
—¿Vas a intentar regresar a Estados Unidos?
—No, ya no.
—¿Por qué?
—No quiero cruzar el desierto.
Pedro ya se comunicó vía telefónica con su familia, su madre le ha asegurado que pronto “lo sacarán de ahí” y volverá a casa para buscar empleo y volver a empezar.
A sus 17 años no tiene miedo al trabajo duro y las cicatrices en sus manos lo demuestran. Hoy, en Ciudad Juárez otros los niños migrantes que viajan solos a Estados Unidos fueron repatriados.
Me llamo y tengo 12 años.
Escribo: me siento muy triste por dejar a mi familia, abuelita, a mi tía y a mi primo. Tengo 15 días de estar preso en migración Tapachula. Me han tratado mal, es un error venirse solo sin ningún familiar. Es duro cuando voy a pedir papel, jabón o hasta la comida, la verdad esa si estoy sufriendo mucho porque estoy solo. Es muy triste estar viendo que alguien se está comiendo un pedazo de pan de la tienda y yo no tengo dinero para poder comprar ni un chicle de un peso, no tengo nada y deseo tomarme un traguito de Coca Cola o una Sabrita. Las personas mayores se aprovechan de mí porque soy solo un niño de 12 años. En el camino me tocó viajar en bus y solo hacía un tiempo de comida o desayuno, o cena, uno de dos.
Testimonio Brayan
Tegucigalpa, Honduras
“Yo de mi país salí con 200 lempiras, yo soñaba, yo siempre soñaba, que yo nomás cruzaba el río y ya estaba del otro lado”.
Con estas palabras inicia su relato un menor migrante hondureño que salió de Honduras con rumbo a Estados Unidos en una penosa travesía por Guatemala y México.
El menor se llama Brayan Duban Soler Redando y su rostro se puede ver a través de un video de Víctor Hugo Castillo, un periodista investigativo de televisión en Estados Unidos que visitó el Centro de apoyo a deportados e indígenas "Senda de vida", en la frontera de México y Estados Unidos.
“Pues un día decidí yo en venirme para acá”, continúa el menor que luce una camiseta beige.
Pero como no tenía dinero, “me fui de cacería, a montear con mis perros, cacé una guatusa y luego la vendí y me dieron 200 lempiras, pues con esos 200 lempiras salí de Honduras para acá”.
Los 200 lempiras duraron poco y en Guatemala “tuve que pedir dinero para seguir pagando los autobuses hasta la frontera” con México.
“Ya llegando a la frontera Guatemala con México me cobraban dinero para pasarme en balsa de noche, ya como a las doce, pues yo no andaba dinero, esperé”, recuerda.
“Yo me quería cruzar de día pero estaban unos bolos bebiendo y pues mejor me pasé nadando a la una de la mañana. Entré a México, caminé cuatro días cruzando todas las aduanas, la migración. Venía y luego me metí por unos huertos donde hay plátanos y se vino una grande tormenta, cayeron cinco tormentas ese día”.
La lluvia caía y él iba corriendo "pues la migración estaba a un lado. Le eché ganas para llegar a la dicha capital que dicen".
Cuenta que "en el camino a mí me maltrataban, yo le pedía ayuda pero ya llegando a México los mexicanos me ofendían. Decían que los hondureños a ellos les habían hecho daño".
En su mente, él pensaba que "ando solo y en vez de darme una palabra de aliento me tratan mal".
Incluso, ante el maltrato y las penurias llegó a cuestionarse su salida de Honduras: "Para qué me vine", pensaba.
Recuerda que "me arrepentía, pero digo yo 'ya tomé esta decisión', y pues yo me vine para ayudar a mi familia, para sacarla adelante".
Brayan tiene un hermano en Jalisco y dos en el Distrito Federal desde hace unos diez años, "y no le han mandado ni un peso a mi mamá. Pues yo miro y digo 'qué bárbaros', no preocuparse tan siquiera por mi mamá".
El niño hondureño tiene también una hermana en Estados Unidos que le ha ofrecido irlo a traer pero "no sé todavía, pues yo lo que quiero es estar del otro lado para trabajar y ayudar a mi familia a Honduras".
En Honduras quedó su hermano gemelo, "Charlin Iván Soler Redando y hablo con él y dice que se quiere venir pero yo le digo que ya se saque de la mente eso porque no es tan fácil como yo pensaba. Tiene que vérselas uno".
Ajeno a las masivas deportaciones de migrantes desde Guatemala y México, afirma que "mi fe es en Dios y yo sé que me va ayudar para cruzar del otro lado".
Aunque a veces, cansado de la experiencia que está viviendo, lejos de su familia y en su centro de albergue, "me dan ganas de entregarme a Migración, pero dicen que si yo me entrego a Migración me van a encerrar hasta que tenga 18 años".
Experiencias de horror
A sus 14 años, este niño migrante hondureño ha visto de cerca la muerte.
Cuando subió a "La Bestia" en Tonala, Jalisco, México, "miré los secuestradores, los mañosos, se subieron al tren y oí que dijeron 'aquí vienen estos catrachos, ya los vamos a secuestrar'".
Tuvo miedo y cuando el tren arrancó "yo de volada me tiré, caí acostado, pero el tren no iba con toda su velocidad (...) dicen que acá arriba por un lugar que le llaman Chagüite a los catrachos sí los asaltaron, uno los volaron del tren, los mataron".
Una de las experiencias más terribles fue ser testigo del fatal desenlace de una hondureña embarazada.
"Ya iba a parir y se cayó del tren y arriba venía su hermano. Cuando él corrió a hablarle ya la muchacha había fallecido, el tren la atropelló y perdió su bebé", dice con ingenuidad.
"Fue muy doloroso ver cómo una madre viene pa' ca así en esa condición, todo por buscar una nueva vida porque en Honduras está la delincuencia, está bien pobre Honduras, es mi país, pero es la verdad, la vida está tremenda en Honduras".
De Tonala llegó a Reynosa junto a un trailero que le tomó cariño y le dio aventón. "Me venía pasando como su hijo donde había (gente de) Migración".
Cuando le preguntan por sus padres, el rostro se ensombrece, "si yo los pudiera ver yo les diría que me perdonen, pero yo lo que quiero es verlos adelante, darle una vida mejor, ayudarle, ya que mis hermanos no lo ayudan (...), ayudarles a hacer su buena casita, darles lo necesario, yo lo que quiero es que estén bien".
Con palabras que revelan un gran amor por sus padres, Brayan se muestra seguro de que los volverá a ver.
"Estoy bien tupido en mi mente, me pongo a pensar y en veces me dan ganas de regresarme, pero quiero darme ese privilegio de ayudar a mis padres".
Si logra llegar a Estados Unidos "yo sé que los voy a ir a visitar a Honduras y si no puedo cruzar ni modo, tengo que regresarme para atrás".
No le recomienda a su hermano ni a sus amigos emprender su travesía porque "yo por milagro de Dios estoy aquí con vida. No venía solo porque Dios venía conmigo".
La mentira
Brayan cuenta que otros hondureños que han estado en Estados Unidos "nos dicen que a nosotros como somos menores de edad los dejan pasar y luego los ayudan, entonces con esa idea nos vinimos, no sé si es que estamos engañados, no sé si es verdad".
Para él, estar encarcelado "sería lo más terrible de mi vida, y todo por salirme de mi lugar".
No obstante, con mucha madurez para su edad, dice que si es deportado "tan siquiera este testimonio lo voy a llevar para mis amigos que están igual a mí, pero lo voy a llevar allí, aconsejarlos cómo está la vida aquí, cuando uno se viene para acá".
A los menores que pretenden migrar a Estados Unidos les dice "que no lo hagan, mejor que se pongan a estudiar en Honduras porque yo sé que ese estudio les va a servir".
Testimonio Nancy
Nancy, salvadoreña, 24 años, soltera, 1 hija
Mi nombre es Nancy, soy salvadoreña y estuve secuestrada del trece de abril al veintidós de junio. A mi me agarraron en Coatzacoalcos, Veracruz, cuando estaba en el supuesto albergue de una mujer a la que apodan “La Madre”, que se hace pasar por religiosa para que nosotros caigamos. Hasta ahí llegaron unas grandes trokas que eran como las que trasladan mudanza y nos agarraron a mi y a otros ochenta y tres compañeros más. Nos dijeron que nos cobrarían dos mil quinientos dólares, a pagar en Houston, Texas.
Nos llevaron hasta Reynosa, y ahí en el camino íbamos pasando retenes del Instituto Nacional de Migración y de la Policía Federal, que nos veían cómo íbamos y aún así no hacían nada, sino que sólo recogían un dinero que les daban para que guardaran silencio. Los secuestradores nos decían que nos fijáramos bien que ellos tenían pagado todo. Uno de los hombres empezó a molestarnos para abusar de nosotras las mujeres que ahí íbamos. Entonces, uno de nuestros compañeros se enojó e intentó defendernos, pero no pudo, porque a él también lo violaron y después lo mataron a golpes. Él cayó al suelo muerto, sobre mis pies, mientras nos decía a mi y a mis otras dos compañeras que por favor habláramos y dijéramos qué era lo que estaba pasando.
Rodeamos como quince minutos la carretera que va a Reynosa y antes de llegar a la casa de seguridad nos bajaron en un lugar donde rentan camiones de carga, porque decían que los Zetas nos iban a contar. Después, nos subieron a una pick up blanca y todos íbamos apilados en la paila. Llegamos a una casa muy grande que está enfrente de una cancha de futbol.
En esa casa nos mantuvieron hasta que sucedió lo siguiente: había una mujer hondureña de nombre Sara, que estaba embarazada y que ya llevaba mucho tiempo secuestrada. Ella sólo me dijo que se llamaba así, y que tal vez iba a llegar un momento en el que se le olvidaría su nombre, por lo que me pidió que se lo recordara cuando esto sucediera. Y fue cierto, después de algunos días ella ya no recordaba su nombre y sólo llorando pasaba.
Entonces, empezó a nacer el bebé, y nadie la ayudó, sino que al contrario, la golpearon para que dejara de quejarse. El bebé nació, pero la placenta nunca salió, así que al cabo de dos horas de que nadie la ayudara, ella murió ahí, desangrada. Al bebé se lo llevaron y no sé qué habrá pasado con él. Los secuestrados no hicieron nada con el cuerpo de Sara, sino que ahí lo dejaron, y nosotros teníamos que convivir con el cadáver, hasta que empezó a oler tan mal que los vecinos se dieron cuenta y avisaron al ejército que algo raro estaba pasando en esa casa. Supe que los de la migración le avisaron a los secuestradores y entonces, nos movieron para otro lado y dejaron el cuerpo de Sara ahí.
Después, sucedió que dos de mis compañeras quedaron libres porque pagaron el rescate, así que se fueron a entregar a la migración en Reynosa. Ahí le dijeron a los agentes lo que había pasado y entonces, ellos mismos las vendieron otra vez a los Zetas. Ellas llegaron a la casa y ahí las mataron y las pusieron a las dos como ofrenda a la Santa Muerte. Hicieron que todos pasáramos a hincarnos frente al altar con las dos mujeres muertas para pedirle perdón a la Santa Muerte.
Durante todo este tiempo, llegaban muchas veces tres hombres mexicanos, que eran los jefes, y buscaban a las mujeres que ahí estábamos para abusar de nosotras. A mi me violaron los tres muchas veces. También me propusieron trabajo. Me dijeron que fuera a El Salvador y trajera gente para ellos, que no me iba a pasar nada porque todo estaba arreglado. Primero les dije que sí, con la intención de que me soltaran y me fuera a denunciar, pero después me dio mucho miedo y les dije que no. Entonces, tuve que esperar a que mi tía terminara de juntar el dinero para que me liberaran. Quince días después de que ella depositó la cantidad que le pedían, a mi me dejaron libre.
Por cierto, el día de las elecciones, el cinco de julio, a muchos los sacaron a votar, les dieron una credencial de elector y les dijeron que votaran por un partido, que no me acuerdo cual era, pero que ganó las elecciones, porque todos se pusieron felices y hasta les hicieron una rebaja en el rescate a los que habían votado.
Fuente:
http://www2.ohchr.org/english/bodies/cmw/docs/ngos/prodh_Mexico_CAT47_Annex1.pdf




































































































































